La hora en que me llegó su dilcísimo saludo fue
precisamente la nona de aquel día, y como se
trataba de la primera vez en que sonaban sus
palabras para llegar a mis oídos, embargóme tal
dulce emoción, que apartéme, como embriagado,
de las gentes, apelé a la soledad de mi estancia y
púseme a pensar en aquella muy galana mujer.
Dante Alighieri
viernes, 14 de marzo de 2008
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